miércoles, 3 de agosto de 2011

De qué hablo cuando hablo de correr

Me prestó Elba este libro de Haruki Murakami. Estas son las "citas" con que me quedo:

… si hay un contrincante al que debes vencer en una carrera de larga distancia, ése no es otro más que el tú de ayer.

Ni yo mismo soy capaz de discernir con claridad si la persona que soy, y que se encuentra en ese mundo, es feliz o infeliz, pero tampoco creo que merezca la pena preocuparse en exceso por eso.

… competir con los demás no es mi ideal de vida.

… no es agradable que te malinterpreten o que te critiquen. Te puedes sentir profundamente herido. Es una experiencia muy dura.

Que yo sea yo y no otra persona, es para mí uno de mis más preciados bienes.

La vida es esencialmente injusta. … incluso de las situaciones injustas es posible extraer lo que de "justicia" haya en ellas. … Decidir si merece o no la pena intentar extraer esa "justicia" es algo que, por supuesto, queda al criterio de cada uno.

… el tabique que separa la sana autoconfianza de la insana arrogancia es realmente muy fino.

No existe en ninguna parte del mundo real nada tan bello como las fantasías que alberga quien ha perdido la cordura.

¿Acaso nuestros sentimientos desaparecen y se pierden así, sin más, de un modo tan frustrante, cuando muere nuestro cuerpo?

¿Significa eso, en definitiva, que la mente humana está condicionada por las características del cuerpo? ¿O, por el contrario, son las peculiaridades de la mente las que intervienen en la formación del cuerpo? ¿O acaso cuerpo y mente se influyen e interactúan mutua e íntimamente?

Lo que nos traerá el mañana sólo lo sabremos cuando llegue ese mañana.

… Supongo que no debería mirar al cielo. Más bien debería dirigir la mirada hacia mi interior. Lo intento. Es como asomarse a un profundo pozo. ¿Veré en él algo de deferencia hacia mí mismo? Pues no, tampoco. Lo único que se ve allí es mi naturaleza de siempre: individualista, testaruda, falta de compañerismo, a menudo egoísta y, aun así, poco segura de sí misma y que siempre intenta encontrarles la gracia (o algo parecido) hasta a las situaciones más penosas. Ya he recorrido un largo camino con ella a cuestas, como si fuera una vieja bolsa de viaje. No la acarreo porque me guste. Para lo que contiene, pesa demasiado, y su aspecto tampoco es nada del otro mundo. Además., también está llena de rotos y descosidos. Simplemente no había por ahí otra cosa, así que no he tenido más remedio que traérmela a ella. Pero, en cierto modo, también le he tomado cariño. Por supuesto.

Corro, luego existo.

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